Diccionario del viajero by Mauricio Bergstein

Diccionario del viajero by Mauricio Bergstein

autor:Mauricio Bergstein
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789974732735
editor: 2017
publicado: 2017-02-03T16:00:00+00:00


Nostalgia

¿?, Río Congo

Como dijo un amigo poeta: «una nostalgia razonable es saludable; en exceso, es dolorosa». Se pueden decir muchas cosas de la nostalgia. Tanto de la nostalgia del hogar materno —el puerto de partida— como de tantos otros sitios en los que fuimos dejando parte de nuestra vida. Ejemplo de la primera: el asado, la comida. No importa cuán distante haya sido la playa donde ha recalado algún compatriota, allí habrá sabido erigir su parrillero. Cuando planeábamos asistir al Mundial de Sudáfrica, y luego de múltiples obstáculos en aras de arrendar una casa en Kyalami, lo primero que me preguntó uno de mis futuros compañeros de viaje fue si la residencia contaba con parrillero. En su escala de necesidades, al parecer, figuraba en primer lugar. Las tradiciones y costumbres impregnan el alma.

¿Hasta dónde puede llegar esa añoranza de carne? Para explicarlo, mejor narrar lo sucedido en las profundidades de la selva ecuatorial africana. La historia pinta de cuerpo entero el destino ilustre de nuestro ejército en aquellos parajes; viene de un coronel que fue parte de la misión de paz y testigo de lo acontecido: «… las incursiones en África han arrojado resultados diversos (aclaró como si fuese necesario). Uno de los sucesos más sobresalientes, aunque desfavorable a nuestros intereses, fue lo acontecido a orillas del río Congo. A los compatriotas designados no les importó lo inhóspito del medio ambiente, los mosquitos tsetse o las enfermedades tropicales, ni siquiera las bandas asesinas que pululaban en la jungla como los temidos child-killers, que no debían andar muy lejos. Mucho menos la guerra que habían ido a desarmar. Sus preocupaciones giraban en torno a otra clase de turbación y que los desvelaba tanto o más: les llegaba carne en abundancia (enviada por la ONU) pero no disponían de parrilla para asarla. En otras palabras, no podían hacer asados. Novato en África ecuatorial, el contingente militar no se dejó amilanar y de inmediato puso manos a la obra. No podían vivir sin asado; punto. Los signos de la depresión, que una dieta desprovista del asadito podía acarrear, comenzaban a hacerse evidentes: abulia, deseos de volver a casa, irritación permanente, indisciplina, miedo a lo desconocido, etc. Muy pronto arribaron a la conclusión de que el emplazamiento más adecuado para montar su parrilla era el islote que tenían frente a sus narices, a lo que parecían menos de 50 metros de distancia de su campamento. No se les ocurrió mejor sitio que esa isla desierta y en apariencia inofensiva, tupida de vegetación, ubicada en medio del legendario río Congo. Los nativos procuraron disuadirlos: olvídense de ese islote, las corrientes son fortísimas y difíciles de dominar aun para aquellos que han convivido con ellas toda la vida. Desdeñaron la advertencia. (Algo parecido a lo que hizo este cronista en tantas otras circunstancias). A pesar de las exhortaciones de los congoleses, se embarcaron en su lanchita más que envalentonados. Aquello pudo terminar en catástrofe si los indígenas no acuden a rescatarnos a tiempo. ¡Se suponía que



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